miércoles, 18 de septiembre de 2013

Desiciones..

Con tu lengua dentro de mi boca puedo registrar la sensación que te ha provocado el roce de mis manos. Me entretengo hurgando entre tus piernas y como un experto consigo meter los dedos bajo tu pantaleta para jugar con tu sexo. El movimiento es difícil pero la satisfacción que encuentro al buscar la entrada a tu cuerpo crece ante cada roce. Siento una abundante humedad que me moja.
     Abro los ojos; no quiero perderme la expresión de tu rostro. Tus manos sobre mi pecho, intentan acariciarme torpemente con movimientos que se repiten una y otra vez provocándome más cosquillas que placer, sin embargo, no digo nada y te dejo que hagas. Interrumpirte sería apenarte y alejarte de mí. Tus labios me ofrecen un fuego intenso. El ruido de una ventana que se abre con violencia nos interrumpe. Te sobresaltas, así que aprovecho la oportunidad para proponerte ir a otro lado.
I
(Para empezar)
     Al entrar a la recámara la muchachita siente un escalofrío corriéndole por todo el cuerpo y los vellos de los brazos se le erizan. Observa toda la habitación y se deja caer en la cama. Es como un sueño. Sin levantarse, se quita los zapatos para aventarlos al otro extremo; levanta las piernas y se quita las calcetas. La falda le cae sobre el abdomen lo que permite a Aquiles observar esas piernas gruesas y carnosas. El sexo perfectamente delineado, dibujado en la tela provoca excitación en Aquiles. Enseguida, la muchachita desabrocha cuatro de los cinco botones de su blusa, cierra los ojos y espera.
     Mientras tanto Aquiles fuma un cigarrillo frente a la ventana. Ha dejado de mirar a la muchacha pues, la vista de la ciudad capta toda su atención. Un repentino movimiento de la chiquilla lo hace llevar nuevamente su mirada a ella. Sabe que a pesar de su aparente seguridad, la chiquilla se encuentra muy nerviosa pues no deja de tallarse las manos en la falda. Aunque Aquiles no lo muestra, también se siente nervioso, tal vez igual o más que su compañera pero intenta contenerse y dejar que las cosas fluyan de manera normal.
     Prendida a mi cuello susurras palabras de amor que te hacen escuchar cursi. Recargas la cabeza en mi pecho y te mantienes ahí inhalando el aroma de mi loción. Tus manos acariciando mis brazos y mi cintura, se vuelven un ritual fastidioso del que no es fácil desprenderse. No dices una sola palabra durante los minutos que dura nuestro encuentro; tu satisfacción consiste sólo en olerme, en rozarme tímidamente los labios sin atreverte a dar un beso verdadero, en acariciar mi cuerpo, en jugar con la firmeza que hay entre mis piernas; tu juego es adorarme con la misma exaltación con que se adora a una imagen sacra. Tú estás ansiosa de que bese tu boca y yo por tomar tus senos entre las manos y llevarlos hasta la mía. Tú estas ansiosa por tener entre los labios la rigidez de mi cuerpo y yo muero por estar dentro de ti. El parque no es el lugar adecuado para eso. La gente que camina a nuestro alrededor nos observa con detenimiento y así, sabes bien que no se puede llegar a nada. El tiempo se acorta y tienes que marcharte. Una vez más me quedaré con ganas. Tal vez aproveche la soledad de tus mañanas para visitarte y concluir con lo que noche tras noche termina en frustración. Corriendo entre los árboles atraviesas el parque. La voluptuosidad de tu cuerpo me agrada y con placer observo tu andar.
II
(El inicio)
     Tocan el timbre tres veces pero la puerta se abre dos minutos después. Lucía recibe las flores y los chocolates y enseguida hace pasar a Aquiles quien se muestra muy sereno. Éste se acomoda en el sofá sin esperar la indicación y pone su mirada en las caderas de Lucía que al sentirse observada, intenta hacer movimientos acompasados y coquetos mientras acomoda algunos objetos de la sala. Por el espejo de la cantina puede ver crecer la excitación de Aquiles
     Es ella quien se acerca; primero con el pretexto de ofrecerle un vaso con limonada fría, luego para acercarle un platito repleto con lunetas de yogurt, de esas que Aquiles detesta por el sabor que dejan en la boca; finalmente, Lucía no resiste más y llega hasta él para mostrarle sus encantos. Los senos muy juntos y apretados dentro del brassiere piden escapar de su prisión, así que es ella quien ofrece el pretexto perfecto para que eso suceda. Aquiles se acerca tímidamente y besa ambos senos, dejando un poco de saliva caliente en cada uno; luego, los tienta con la yema de los dedos y cuando ha perdido el miedo los agarra con fuerza –uno con cada mano- para amasarlos por varios minutos hasta que Lucía lo detiene para enseñarle formas más sutiles de conducir a una mujer al placer.
     El pantalón de Aquiles parece reventar. Su erección se encuentra al máximo y pide su iniciación en el cuerpo de una mujer. Con la paciencia característica de la experiencia, Lucía se hinca frente al muchacho y cuidadosamente, libera aquel cuerpo carnoso como quien abre un regalo. Al tenerlo entre las manos lo acaricia un par de veces, lo admira y lo lleva hasta su boca para ofrecerle ese placer que sólo se experimenta con ese acto. Los movimientos y quejidos del muchacho le indican que es cosa de un minuto para que aquel cuerpo haga erupción en todo su apogeo. Tal vez ni siquiera haya la oportunidad para que Lucía pueda encajarlo en su sexo, que esta ansioso para recibir un miembro como aquel: vigoroso y sobre todo virgen. Pero Lucía elige bien: deja que Aquiles se escurra dentro de su boca, lo cual es aprovechado para cumplir con un viejo capricho nunca llevado a cabo, a causa de aquello llamado pudor al tiempo, que aprovechara el momento para revitalizarlo en cuestión de segundos aprovechando las caricias que su lengua puede ofrecer.
     Lucía es paciente. Minutos después y aun con algo de liquido escurriéndole por la boca, se tiende sobre la alfombra, abre las piernas mostrando su sexo a plenitud e invita al muchacho a que se acueste sobre ella. Ahora exige ser penetrada. Así sucede, muy lentamente, sintiendo como sus paredes son abiertas por un cuerpo que nunca ha sentido aquel tipo de placer.
     Aquiles sigue chupando como un niño los senos de Lucía, a quien los sonoros lengüetazos le producen satisfacción. También le gusta la forma en que la toca. La desesperación con que lo hace es signo inequívoco del atractivo que ella ejerce sobre él.
     Al final el muchacho se queda dormido encima de ella, respirando el aroma a bombón que aun la perfuma a pesar de estar bañada en sudor. Que feliz será la mujer que se quede a tu lado -le dice sabiendo que no la escucha-. Ella también se queda dormida -apenas termina de fumar un cigarrillo- acomodando su rostro en el vientre del muchacho, respirando el aroma a hombre que ha quedado impregnado en su piel.
III
(Primera vez)
     Los gritos traspasan la puerta y las ventanas de la habitación. La desesperación se hace latente a cada momento. El miembro duro como un madero, entra y sale del estrecho camino repetidamente sin otorgar un poco de compasión a las suplicas selladas con lagrimas. Ella clava sus uñas en la espalda de quien la tortura, sin encontrar otra manera de defenderse. Pronto el dolor disminuye pero no desaparece. La rigidez del cuerpo de Aquiles y un súbito desvanecimiento, hacen pensar a la chiquilla que el martirio ha terminado. Que equivocada está. Cuando su compañero recobra las fuerzas, reinicia los movimientos que lo hacen revivir. Ella puede sentir la diferencia. Al mismo tiempo, se revive también el dolor que se prolonga hasta que la noche cubre con su manto la ciudad. Terminan los gritos y ella recupera la calma entre los brazos de Aquiles.
     Mientras ella se baña, él contempla orgulloso las huellas que han quedado registradas en las sábanas blancas; observa su sexo y lo acaricia delicadamente. La seriedad de su expresión no detona lo que realmente está pensando. Orgulloso, se levanta y camina algunos pasos hasta llegar a la puerta del baño, tras de la cual, se escucha el constante caer del agua. Lentamente abre la puerta y descubre que las nubes de vapor son reinas en el pequeño espacio. El chorro de agua cae sin ser aprovechado.
     Sentada en el piso, su novia completamente desnuda se revisa cuidadosamente con un espejo. Prometiste que no me iba a doler –le reclama-. Él la mira asustado y no se atreve a hablar. Con el temor invadiendo su mente camina hasta la regadera para limpiarse el cuerpo. No dura más de dos minutos bajo el agua. Al salir corre hasta la cama y sin secarse se coloca nuevamente el uniforme, toma su mochila y abandona la habitación echando al olvido sus promesas de amor.
IV
(Decisión final)
      Con el cuerpo desnudo bañado en sudor, Lucía se levanta de la cama en donde Aquiles es sólo un recuerdo de olores y humedad impregnado en las sábanas y almohadas. Abre la ventana y observa un par de segundos pero enseguida cierra los ojos e intenta reprimir el llanto que le provoca la escena al pie de su ventana: Martha y Aquiles se separan rápidamente. Él abraza a la chiquilla y le dice algo al oído. Lucía se conmueve. Martha mueve la cabeza y dice que sí, después le ofrece sus labios en un beso, lo toma cariñosamente de la mano y comienza a caminar a su lado.
     Lucía ha tomado la decisión de no regresar más al parque por las noches. El pretexto de la leche y el pan ya no tiene caso. Se mira al espejo y resignada limpia su sexo; no tiene caso guardar en el, resto alguno del infinito placer que aquel chiquillo supo ofrecerle con su virginidad. Sabe que su destino consiste en seguir esperando cada noche, con las piernas abiertas y los senos descubiertos al dueño de su vida, al que le da la quincena, al que le compra con el gasto minutos adulterados de placer. Su cuerpo ha sido destinado para eso, para ofrecer placer de diez minutos. Se mira otra vez al espejo reiterándole que el tiempo ha pasado. Es una vieja.
     No quiere pensar más pues así se escribe la vida. Acomoda las sábanas, se tira a la cama y comienza a frotar su sexo en lo que llega el señor de la casa. Finalmente es ella quien sabe dar placer. Tras regalarse el tercer orgasmo se escucha el abrir y cerrar de algunas puertas. El momento ha llegado. Cierra los ojos y piensa. Serán diez minutos de fingir, de gritar y de arañar; diez minutos para elevar el ego de un macho que no es capaz de conceder una pequeña caricia placentera; diez minutos para ganarse el pan de cada día. Diez minutos para rememorar el sexo vigoroso de Aquiles. Luego, como buena amiga y mejor madre, tendrá que bajar a la sala a esperar la llegada de Martha, quien seguramente tendrá algo nuevo que contar.

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