miércoles, 18 de septiembre de 2013

Mariana en las rocas...

En aquél tiempo Mariana era una novel periodista deseosa por aprender rápido de su profesión. Su inteligencia le ayudaba. Mariana era además la adorada novia de mi mejor amigo.
De vez en cuando, Mariana me llamaba para extenderme alguna invitación y gastarse conmigo los viáticos que le daban en el periódico donde trabajaba. No veía en aquello nada de anormal tomando en cuenta que mi mejor amigo constantemente salía de viaje por compromisos laborales, así que aceptaba sin chistar. Regularmente nos encontrábamos en bares del centro de la ciudad pero apenas aprendió los trucos de sus compañeros, cambiamos nuestras reuniones a los costosos bares de Polanco.  Ella siempre pagaba.
A pesar de que Mari –como cariñosamente la llamaba- gozaba de una inteligencia inigualable, no se caracterizaba por ser una mujer ocurrente en cuanto a bromas se trataba y cuando el momento de contar chistes llegaba, prefería escuchar o en todo caso terminar la sesión con el mismo chiste de la puta y el borracho para rematar con el dicho que afirma que la periodista que no es alcohólica, es puta. Personalmente a mi no me provocaba gracia pero terminaba por reírme a carcajadas para no hacerla sentir mal.
Por diversas situaciones dejé de ver a Mariana durante casi un año, tiempo en el cual, obtuvo varios reconocimientos por sus notas y estuvo nominada a ganar el Premio Nacional de Periodismo. Su vida personal también parecía ir viento en popa pues al parecer había logrado fijar la fecha de su boda, con mi amigo. 
Una tarde, al regresar a mi oficina, mi secretaria me dijo que Mariana había estado allí minutos atrás y que por si acaso llegaba, me dijera que estaría esperando en el mismo bar en que nos habíamos reunido por última vez. No dudé en suspender mis actividades y me dirigí al lugar.
Al llegar me encontré una desagradable sorpresa: Mariana estaba muy cambiada. No había perdido aun su característica belleza pero sin duda, su imagen presentaba a una mujer cansada, desgastada y acabada por el exceso de alcohol.
Esa noche bebimos hasta perder la conciencia de nuestros actos y lo último que recuerdo de aquella noche es un absurdo debate que sostuvimos con otros ebrios acerca de las periodistas putas y sus diferencias con las que sólo son alcohólicas. No recuerdo cual fue la conclusión.
No es difícil suponer que a la mañana siguiente desperté en una habitación desconocida, con un terrible dolor de cabeza provocado por la cruda y sí, metido en la misma cama que Mariana, ambos completamente desnudos. Los condones tirados en el suelo y los restos de fluidos en nuestros cuerpos, eran la prueba inminente de lo que había sucedido allí. Tras unos minutos de reflexión, abandoné el lecho decidido a buscar mi ropa y salir cuanto antes del lugar. La prometida de mi amigo despertaba y su primera reacción fue ponerse a llorar mientras me preguntaba si la consideraba una puta. No Mariana, no eres una puta –aclaré- sólo eres una alcohólica, sólo eso.
Mientras terminaba de acomodarme la corbata, Mariana me confesó que en lo que iba de esa semana había despertado con cuatro hombres distintos, en diferentes hoteles y que venía haciendo lo mismo por lo menos, desde seis meses atrás. Su comentario me dejó helado pero a pesar de ello, le reiteré un par de veces más que por mí no se preocupara, que yo entendía la situación.
Lo sé –respondió aparentemente aliviada- aunque sé que cuando salgas de aquí pensaras lo contrario. Sólo recuerda que el dicho que muchas veces afirmé mientras tomábamos, es falso. No hay periodista puta en el mundo; eso es un mito machista que han inventado los hombres y en todo caso, cuando llegamos a caer en la cama con un hombre, es sólo la consecuencia de beber tanto alcohol.
 
 

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