miércoles, 18 de septiembre de 2013

Semen en ayunas..

Mi novio y yo estamos estudiando en la Universidad de Valle de México y hace unos días que acabamos los exámenes de septiembre, y como las clases no empiezan  hasta octubre, estamos aprovechando estos días para descansar e ir a la playa. Lo cierto es que esto no tiene nada e extraordinario, porque llevamos  yendo todo el verano, pero estos días últimos los estamos aprovechando al  máximo.
Además lo bueno que tiene el ir a la playa en esta época es que como todo el  mundo está trabajando, pues prácticamente la playa está vacía por las  mañanas, por lo que casi siempre estamos solos.
Hasta ahora nunca habíamos intentado hacer nada en la playa, y eso que llevamos casi 3 años juntos. Pero yo aquel día estaba muy caliente, y Mario...bueno, creo que Mario nunca deja de estarlo. Es insaciable ese  chico.
Era un día normal de la semana. Mario se pasó a recogerme temprano, sobre  las 9:00 de la mañana. Subimos a su coche y nos dirigimos, como todos los  días, a la playa más cercana. Al llegar no había absolutamente nadie, pero  bastó con bajar hasta la orilla para instalarnos, cuando oímos llegar a un  coche. Al rato vimos que se trataba de una pareja de personas mayores, un  hombre y una mujer, que se pusieron como a 10 metros de donde estábamos  nosotros, y mira que había playa. La verdad es que tampoco nos importó  demasiado y nos olvidamos pronto de su presencia. Mario comenzó a ojear una  revista mientras yo tomaba el sol, boca arriba, extrañamente consciente de  mi calentura, causada no precisamente por el sol de las 10 de la mañana,  sino porque, con la cabeza ladeada, no podía quitarle la vista de encima al  paquete de Mario.
Así pasé un rato, hasta que me dio la sensación de que el calor de mi bajo  vientre no se aplacaría nunca, por lo que me incorporé para darme un baño.  Se lo comenté a Mario, pero éste, imbuido en la dichosa revista, solo me  lanzó un gruñido como de haberse dado por enterado. Eso me reveló. Me cabreó  bastante, vaya. Así que cogí, me levanté, y me acerqué a la orilla, y allí  me quedé quieta un rato, notando cómo la espuma de las olas me acariciaban  los pies y los tobillos. Me fui metiendo poco a poco en el mar, medio  enceguecida por el oblicuo sol de la mañana, admirando la claridad del agua,  el olor a yodo, la fina arena el fondo. No comprendo el porqué, pero todo  esto contribuyó a que me excitara más. Tenía los pezones tan duros que casi  me dolían. Cuando el agua me llegó a la altura de las caderas me zambullí,  pensando que quizás, si Mario me estaba mirando, se animara a seguirme,  porque al meterme de cabeza le di una buena panorámica de mi trasero. Pero  al emerger a la superficie y girarme hacia él, vi que mi táctica había  fallado. Ni siquiera levantó la vista cuando le grité que el agua estaba  "buenísima".
¡¡Me sentí despechada!! Así que decidí pasar de él. Cerré los ojos y me  concentré en el líquido elemento, en cómo el agua rozaba mi piel, en mi  larga melena flotando en el agua. Yo llevaba un bikini blanco de triángulo  que me lo había comprado años atrás, cuando aún mis tetas no habían  alcanzado toda su extensión, y la verdad es que me estaba un poco pequeño. Y  la parte de la braguita también me estaba un poco ajustada, se me iba  remetiendo la tela por la rajita el culo. Tenia que estar casi continuamente  cuidando de que no se viera más de lo normal, pero como era septiembre y  apenas hay gente en la playa en esta época, y solo me iba a ver mi novio,  que ya me tiene bien vista...pues total , qué mas me daba. Además aquel  bikini le volvía loco a Mario. Menos aquel día, claro. Supongo que estaba un  poco cortado por la pareja de ancianos, no sé.
El caso es que la parte de arriba me molestaba. Era de esas que se atan al  cuello y a la cintura. Y... además me apetecía sentir el agua entre mis  senos, así que me lo desaté del cuello y me lo bajé hasta la cintura. Miré  haca los ancianos y vi que no estaban mirando , de hecho estaban medio  ocultos por su enorme sombrilla, inclinada hacia el sol, como una gigantesca  flor que va buscando la luz. Bajé la vista y observé mi pecho. Se veía  refulgente bajo el agua y con los rayos el sol que penetraban en ella. No  pude evitar tocármelos y sentirlos en mis manos... tan redondos y tan duros,  con mis punzantes pezones entre los dedos, y la suavidad del agua a su  alrededor, como acariciándomelos, habiendo que se elevasen, como si  quisieran salir a la superficie. Qué placer. Me puse a nadar lentamente a lo  largo de la orilla, en sentido contrario a donde estaban los ancianos,  totalmente desnuda de cintura para arriba. Los hombros y el cuello supongo  que se veían demasiado liberados de cualquier carga de tirantes.. porque  Mario no tardó en acercarse a la orilla y mirarme con picardía. Yo le sonreí  y le hice un gesto para que se acercara. Él se zambulló en el agua y a los  pocos segundos ya me estaba magreando los pechos.
"Eres una descarada, Patricia...una descarada zorrita. ¿Y si el viejo te descubre?".
"Pues se pondrá contento, Mario, yo qué quieres que le haga, estamos en un  país libre, no?"
Mi chico sonrió complacido ante mi natural descaro. Deslizó la mano por mi vientre hasta llegar al elástico de las braguitas y metió la mano por ellas  hasta rozarme el vello púbico, con el que se entretuvo un rato enrollándolo y desenrollándolo.
"Estoy como un toro, Patri" - y pegó su entrepierna justo en la raja de mi  culo - "no te haces una idea...".
"Me la hago, si...no te separes, por favor..."- dije mientras dejaba escapar  un gemido.
Para ese entonces su mano ya había alcanzado la plenitud e mi sexo, y me acariciaba el clítoris con un dedo mientras que con otro hacía a magos de  querer metérmelo hasta la médula, del énfasis que le ponía. Le dije que no  fuera tan descarado, que nuestros vecinos podrían descubrirnos. Entonces él,  separándose de mi, me agarró de la muñeca y me guió fuera del agua.  Estábamos tan calientes que ni me di cuenta de que yo aún llevaba la parte  superior del bikini por la cintura hasta que nos sentamos en las toallas.  Rápidamente me puse boca abajo y traté de volver a anudármelo al cuello,  pero Mario me lo impidió sujetándome las dos manos. Yo me dejé hacer. Luego  se incorporó y colocó la sombrilla de tal forma que nos tapara un poco de la  vista de los dos viejos. Se tumbó boca arriba y se bajó el bañador lo  suficiente como para dejar a la vista su flamante polla... yo no necesité  más pistas. Coloqué mi cabeza sobre su bajo vientre y comencé a darle  pequeños lametones por debajo del glande, en esa zona tan rugosa. Su pinga  estaba totalmente enhiesta y muy dura, bastante humedecida en la punta  debido al líquido preseminal que no tardé en lamer también. Me encanta ese sabor. Más incluso que el propio semen.
Coloqué mi mano alrededor de la base el pene, apretando bien, para ver toda  aquella polla en su esplendor, pero no pude aguantar demasiado esa visión,  necesitaba comerme aquella polla ya, así que no tardé en dale lentos y  húmedos lengüetazos, notando el sabor de su piel, desde la base hasta la  punta del capullo, chupando siempre un poco la puntita en busca de más  liquido preseminal. Luego pasé la lengua alrededor de la base del glande y  me metí la punta en la boca, aprentando todo lo que pude mis labios y  haciendo fuerza para que pareciera que me lo metía en una abertura muy  estrecha. Mario entonces posó su mano sobre mi nuca y suspirando me dijo,  "suave, Patricia, suave, por faaaaavor"... me encanta cuando me dice eso.
Lo hice más lentamente, hasta que vi que él ya no podía más. Entonces empecé  a hacerlo paulatinamente más rápido, haciéndole una paja con mi boca, un  rápido mete saca. Lo hacía tan deprisa que pronto me empezó a doler el  cuello. Iba a decírselo a Mario cuando me gritó que se corría... y se  corrió. Si, señor. En toda mi boca. O mejor sería decir en toda mi garganta,  porque noté cómo un chorro caliente y espeso de semen se me colaba por la  garganta y descendía hasta mi estómago vacío (aquella mañana no había  desayunado...nada mejor que semen en ayunas).
Cuando levanté la cabeza para mirarle, descubrí al hombre mayor en la  orilla, justo enfrente de nosotros, con las manos unidas a la espalda y  observándonos directamente. Yo me miré unos instantes y creo que me puse  roja como un tomate.
"Ayyyy, hijos míos....qué envidia me días...".
Mario y yo nos reímos con ganas.
"Lo siento, señor, pero no se la presto..."
"Lástima, hijo, lástima...mi pobre Herminia ya no está para esos trotes...". 

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